NAVIDAD

 

Autor: Oscar Méndez Cervantes

Henos aquí, a nosotros, cristianos, en la dulce cita navideña de todos los años. Y basta su claror sobrenatural para llenarnos de exultaciones; basta la ingenua cantata de un villancico para penetrarnos de esperanzadas vivencias.

La fortaleza de José el varón justo, en mitad del desamparo de la primera Natividad, nos comunica longanimidades inesperadas ante la tribulación de estos días, en que dijérase que la Historia quiere volver a los duros tiempos anteriores al Amor.

El suavísimo misterio virginal y materno de María, nos unge el alma de no sé qué indescifrable y bienhechora fragancia de pureza, que disipa victoriosamente el fangoso olor de un mundo que nada quisiera saber del albor intacto del lirio.

La sonrisa de Jesús niño, desarma todos nuestros recelos e ilumina todas nuestras sombras, y, al poner los labios en el pétalo celeste de sus plantas, se abate la orgullosa rebeldía de nuestro pecado: no queda lugar más que para el gozo del llanto humilde, reverencial y tierno del niño que otrora fuimos y que volvemos a ser -¡ay, del que no!- cada Nochebuena.

Queden lejos, vencidos, los malos agüeros del horror atómico. Busque hoy el Maligno, el eternamente Triste, su más recóndito antro para ocultar su derrota en los corazones, porque en vano persiste en ser el príncipe de este mundo. Cada Navidad, Jesús, vuelto a nacer, nos reitera la promesa de su Reino. Nos recuerda que va a volver a ser el vencedor de la muerte.

Y oímos que nos dice Jesús: “No temáis… Tened confianza: Yo he vencido al mundo”. Hay en el menor de mis ángeles más fuerza que la que Yo he querido poner en el núcleo de esa materia que, toda junta, no es más que un grano de polvo en mis manos. Puede venir la desolación de la tribulación predicha por el profeta Daniel, y pueden caer el sol, la luna y las estrellas. Pero mis promesas no pasarán: los que lloran han de ser consolados; los misericordiosos alcanzarán misericordia; los que han tenido el hambre y la sed benditas de justicia, serán saciados; los limpios de corazón han de ver el resplandor de mi rostro, y conocerán la dulcedumbre de mi paz…

No temáis, Yo soy el Rey de los Siglos. Y este siglo también ha de dar testimonio de Mí. De la tremenda verdad de mi justicia, y de la anchurosa verdad de mi misericordia.

Vosotros, los que cada día clamáis al Padre por el advenimiento del Reino, sed sagaces para hacerme dulce violencia, ya que en mi mano están el rayo y la caricia, y en mi boca el anatema o el perdón.

Sabéis cuáles son las ofrendas de suave olor para Mí: si sois pobres en espíritu; si hay limpieza en vuestros corazones y amor a vuestro hermano, Yo, que otra vez acabo de nacer pobre, que he vuelto a “florecer en la carne pura” por amor de todos mis hermanos, no os dejaré esta Navidad sin el regalo que tanto implora vuestra indigencia que tanto anhela dejarse ganar mi corazón de Dios Niño: la dádiva de MI PAZ.