Benedicto XVI: Como el abeto iluminado, “llamados a dar buenos frutos”



Discurso a los representantes que ofrecieron el árbol de Navidad de la Plaza de San Pedro


CIUDAD DEL VATICANO, viernes 18 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso pronunciado este viernes por el Papa al recibir en audiencia a los participantes en la Peregrinación de Bélgica llegados a Roma para el don del árbol de Navidad de la Plaza de San Pedro, que este año es ofrecido por la región belga de la Valonia.

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Queridos Hermanos y Hermanas,
Quiero daros a todos la bienvenida, a vosotros que habéis venido a ofrecer el árbol de Navidad que, con el nacimiento, adorna la Plaza de San Pedro durante las fiestas de la Natividad. Dirijo un saludo particular al Señor Ministro de economía de la Región Valona y a monseñor Aloys Jousten, Obispo de Lieja, y les agradezco las amables palabras que me han dirigido. Mis saludos cordiales se dirigen también a Su Excelencia el Señor Franck De Coninck, Embajador de Bélgica ante la Santa Sede, así como a las autoridades políticas locales que han hecho el viaje. Saludo igualmente a los cantantes del coro y a los representantes de la Agencia valona para la Exportación y las Inversiones extranjeras, que se encuentran en el origen del proyecto. Mi gratitud se extiende a todos los que han ofrecido su colaboración en este regalo y que no han podido estar presentes hoy. Doy las gracias también a las personas que han garantizado el delicado transporte de este árbol imponente.

En el bosque, los árboles están cerca unos de los otros y cada uno de ellos contribuye a hacer del bosque un lugar sombrío, oscuro a veces. Y he aquí que, escogido de entre una multitud, el árbol majestuoso que ofrecéis hoy está iluminado y cubierto de decoraciones brillantes que son como tantos frutos maravillosos. Dejando su ropa oscura por una explosión brillante, ha sido transfigurado, convirtiéndose en portador de una luz que no es la suya sino que da testimonio de la verdadera Luz que viene a este mundo. El destino de este árbol es comparable al de los pastores: velando en las tinieblas de la noche, son iluminados por el mensaje de los ángeles.

 La suerte de este árbol también es comparable a la nuestra, nosotros que estamos llamados a dar buenos frutos para manifestar que el mundo ha sido verdaderamente visitado y rescatado por el Señor. Levantado desde el nacimiento, este abeto manifiesta, a su manera, la presencia del gran misterio presente en el lugar sencillo y pobre de Belén. A los habitantes de Roma, a todos los peregrinos, a todos los que irán a la Plaza de San Pedro a través de las imágenes de las televisiones del mundo entero, les proclama el advenimiento del Hijo de Dios. A través suyo, son el sol de vuestra tierra y la fe de las comunidades cristianas de vuestra Región los que saludan al Niño-Dios, Él que ha venido a hacer nuevas todas las cosas y a llamar a todas las criaturas, desde las más humildes hasta las más elevadas, a entrar en el misterio de la Redención y asociarse a ella.

Rezo para que las poblaciones de vuestra región permanezcan fieles a la luz de la fe. Llevada durante mucho tiempo por hombres que se han aventurado en los valles y los bosques de las Ardenas, la luz del Evangelio vuelve a partir desde vosotros, llevada por los muy numerosos misioneros que han dejado su sol natal para llevarla a veces hasta los confines del mundo. Mucho tiempo después todavía la Iglesia que está en Bélgica, y particularmente la diócesis de Lieja, es una tierra en la que germina con generosidad la semilla del Reino que Cristo ha venido a traer a la tierra.

Queridos amigos, de nuevo quiero dirigiros un muy gran agradecimiento por este bello regalo. Quiero presentar ahora mis deseos más cordiales de bellas y santas Fiestas de Navidad, deseos que os pido que transmitáis a vuestras familias, a vuestros colaboradores y a todos vuestros seres queridos.
¡Que el Señor os bendiga, así como a vuestra Región y a toda Bélgica!