Reflejos de luz
NARRADOR – Hace mucho, mucho tiempo, más o menos dos mil años, sucedió una historia que cambió nuestra existencia. Surgió una luz que, aún hoy, brilla en nuestros corazones… Pero a eso pasaremos más tarde. Sí, será mejor que empecemos por el principio. A ver que recuerde… Sí, dos mil años… Belén… Aquí empieza:
(MÚSICA BAJITA. SALEN EN SILENCIO SAN JOSÉ Y LA VIRGEN MARÍA POR DETRÁS)
NARRADOR – La noche era fría y desagradable. Un hombre llamado José, carpintero y muy trabajador, y su mujer María, camina cansados por Belén. María está embarazada y su hijo a punto de nacer:
S. JOSÉ – Tranquila María, pronto encontraremos un lugar donde refugiarnos.
MARÍA – Seguro que sí, Dios proveerá. ¡Mira, una posada!
NARRADOR – Cerca del lugar había una posada de la que se veía salir el cálido humo de unas brasas. Seguro que allí podrían pasar la noche sin problemas, seguro que allí el niño de José y María tendría unas mantas donde dormir, pero…
POSADERO 1 – Pero, ¿qué os creéis? ¿Qué os voy a dar posada sin pagar? De ninguna manera. Si hace frío os fastidiáis, que no estoy yo aquí para dar cobijo a cualquiera.
NARRADOR – José y María dieron media vuelta y siguieron caminando. El frío era cada vez más helador, y la noche cada vez más cerrada. José, ayudando con cariño a su mujer, volvió a decir:
S. JOSÉ – Tranquila María, seguro que pronto encontraremos algún sitio donde guarecernos.
MARÍA – Seguro que sí, Dios proveerá. ¡Fíjate, otra posada!
NARRADOR – Por el sendero vieron una vieja posada de gruesa madera. Cuanto más se acercaban, más se podía sentir el calor de su chimenea. Seguro que allí podrían saciar el hambre que tenían, seguro que allí podrían ser bien cogidos, pero…
POSADERO 2 – Lo siento mucho, la posada está llena. No tengo sitio para vosotros.
NARRADOR – José miró a María con cara de pena. Cada vez lo estaba pasando peor. José respondió:
S. JOSÉ – Por favor, sólo queremos un lugar pequeño donde refugiarnos del frío.
NARRADOR – El posadero, viendo el estado en el que estaba María, se lo pensó mejor y dijo:
POSADERO 2 – Aquí detrás hay un viejo pesebre donde nadie os molestará. No es muy caliente, pero es mejor que nada. Tomad unas mantas y un poco de pan.
NARRADOR – Tras darle las gracias, José y María se fueron la pesebre. Era un viejo portal medio derruido en el que había un buey y una mula. Estaba lleno de paja, con lo que el frío se hacía más llevadero.
Al poco de llegar, María dio a luz un niño que se llamaría Jesús. Cuando nació, la noche, que era cerrada en Belén, se llenó de estrellas. Y una brillaba más que ninguna anunciando que algo extraordinario había ocurrido.
Cerca del lugar, unos pastores se calentaban las manos junto a una pequeña hoguera. De pronto un ángel apareció y les dijo:
ÁNGEL – Atentos que os anunció una gran alegría para todo el mundo. Ha nacido el Salvador. Seguid a la estrella que os llevará hasta un niño envuelto en pañales en un pesebre.
NARRADOR – Al momento, los pastores se pusieron en camino cogiendo sus zurrones y comida. Cuando se encontraban a otros les decían:
PASTORES – Vamos a Belén, a ver al Niño Dios.
NARRADOR – Cada vez que se acercaban iban siendo más, y allá por donde pasaban, todos decían:
PASTORES - Vamos a Belén, a ver al Niño Dios.
(EL ÁNGEL SE PONE EN EL PORTAL)
NARRADOR – Cuando llegaron al pesebre, todos se arrodillaron. María y José cuidaban al niño y un pastor se acercó y dijo:
PASTOR 1 – Venimos a adorar al niño Dios que ha nacido en Belén. Es poco lo que traemos.
NARRADOR – Y le dio algo de comida y ropa hecha con la lana de sus ovejas. José respondió:
S. JOSÉ – El que da lo que tiene, recibe el mundo entero.
NARRADOR – Al oír esto, los pastores se pusieron mucho más contentos. De pronto, aparecieron tres hombres de gran edad. Parecían muy ricos y venidos de muy lejos: al legar, los pastores se apartaron a los lados. El que era más viejo de los tres se arrodilló y dijo:
MELCHOR – Este es el niño que trae la paz al mundo.
NARRADOR – Y dejó un cofre junto al niño. El otro hombre se arrodilló a continuación y dijo:
GASPAR – Venimos desde Oriente siguiendo la estrella para adorar al rey de los judíos.
NARRADOR – Y dejó otro cofre junto al niño. El último terminó:
BALTASAR – Gloria a ti, que das la paz.
NARRADOR – Y dejo una última urna. Los regalos eran oro, incienso y mirra. Durante mucho tiempo estuvieron adorando al niño y, cuando volvieron a sus casa, lo hicieron glorificando y alabando a Dios por todos lo que habían visto y oído.
Aquí empieza la historia. Tantas veces oída y, sin embargo, tan presente hoy en día. Hoy, otra vez, recordamos aquel frío pesebre y aquellas voces de los pastores diciendo: “Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombre de